Erase una vez, una pareja de adultos mayores. El día en que se casaron se juraron amor eterno. Hasta que la muerte nos separe dijeron los dos al unísono. Vivieron juntos durante décadas, procrearon hijos y los criaron durante los difíciles tiempos de mitad de siglo. Uno a uno de ellos fue formando su propia familia y salieron del núcleo familiar. Otra vez la pareja quedó sola, al igual como todo empieza debe terminar.
Era un domingo en la tarde, el almuerzo ya había pasado y la pareja se encontraba en el pórtico mirando a la gente pasar. Ellos sentados en las mecedoras disfrutando de una taza de café recién chorreado. El vapor invadía sus fosas nasales con un olor familiar. Calentaba el ambiente que se encontraba frío debido a las constantes lluvias de la mañana.
-Te acuerdas cuando nos casamos?- dijo Ignacio -Jamás pensé que estuviéramos juntos más de medio siglo. Cada momento contigo ha sido el mejor. Sin importar los gritos, las peleas y los momentos agrios de este matrimonio aun te amo cómo si fuera el primer día.-
Él le dio la mano a Marta, su anillo de bodas escondido entre las arrugas de su mano salió a relucir una última vez. Se encontraban juntos admirando el mundo, ese mismo mundo que cambió frente a sus ojos. Unidos contra el mundo cambiante y sus giros desafortunados.
-Claro que me acuerdo como si fuera ayer.- respondió Marta mientras colocaba su taza de café en la diminuta mesa en el pórtico -Ha sido un viaje extraordinario, loco como ninguno. Yo tampoco me imaginé que fuera a suceder así pero gracias a Dios fue con alguien como tú. Te amo viejo.
Después de esa frase ambos se quedaron callados admirando el panorama. No dijeron nada más por toda la tarde. No dijeron nada más, nunca más. La vida se escapó de la vida de ambos mientras ellos estaban tomados de la mano. Partieron este mundo como una pareja, para llegar al otro mundo para seguir siendo una. Realmente ellos fueron almas gemelas, dos pedazos cortados igual. Se reunieron en esta vida para seguir juntos hasta la eternidad. Esta es la historia de Ignacio y Marta, ellos eran la definición de amor verdadero, incluso ni la muerte los pudo separar.
R.A.Pastor
Era un domingo en la tarde, el almuerzo ya había pasado y la pareja se encontraba en el pórtico mirando a la gente pasar. Ellos sentados en las mecedoras disfrutando de una taza de café recién chorreado. El vapor invadía sus fosas nasales con un olor familiar. Calentaba el ambiente que se encontraba frío debido a las constantes lluvias de la mañana.
-Te acuerdas cuando nos casamos?- dijo Ignacio -Jamás pensé que estuviéramos juntos más de medio siglo. Cada momento contigo ha sido el mejor. Sin importar los gritos, las peleas y los momentos agrios de este matrimonio aun te amo cómo si fuera el primer día.-
Él le dio la mano a Marta, su anillo de bodas escondido entre las arrugas de su mano salió a relucir una última vez. Se encontraban juntos admirando el mundo, ese mismo mundo que cambió frente a sus ojos. Unidos contra el mundo cambiante y sus giros desafortunados.
-Claro que me acuerdo como si fuera ayer.- respondió Marta mientras colocaba su taza de café en la diminuta mesa en el pórtico -Ha sido un viaje extraordinario, loco como ninguno. Yo tampoco me imaginé que fuera a suceder así pero gracias a Dios fue con alguien como tú. Te amo viejo.
Después de esa frase ambos se quedaron callados admirando el panorama. No dijeron nada más por toda la tarde. No dijeron nada más, nunca más. La vida se escapó de la vida de ambos mientras ellos estaban tomados de la mano. Partieron este mundo como una pareja, para llegar al otro mundo para seguir siendo una. Realmente ellos fueron almas gemelas, dos pedazos cortados igual. Se reunieron en esta vida para seguir juntos hasta la eternidad. Esta es la historia de Ignacio y Marta, ellos eran la definición de amor verdadero, incluso ni la muerte los pudo separar.
R.A.Pastor
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