31 de marzo de 2014

Lunes

El primer día de la semana. Los momentos de ocio se terminaron y es momento de volver a la rutina laboral. Ocho horas en un trabajo que se siente esclavizante y cada fibra muscular se tensa poco a poco para prepararse para el resto de la semana. Números y cifras vuelven a la vida después de desaparecer por el fin de semana. Hasta la cara del jefe que tanto odias dentro de esas cuatro paredes pero al final de la semana es quién invita a los tragos.

Cada minuto se vuelve más lento que el anterior y la percepción del tiempo se distorsiona hasta convertirse en una tortura psicológica. Todos comentan sobre sus aventuras de fin de semana con sus viajes y sus comidas exóticas pero al final todos vuelven a su pequeña jaula que le llaman cubículo a trabajar frente a una pantalla con un sistema operativo un poco obsoleto. 

Los descansos parecen no ser suficientes para poder disfrutar el amargo sabor de un cigarro duro y que la nicotina invada tu cabeza poco a poco. El almuerzo te hace pensar que ya casi termina el día pero es una sencilla ilusión ya que aún falta mucho por concluir. Papel tras papel y página tras página trabajas con la esperanza que simplemente se acabará pronto y podrás volver a tu hogar y disfrutar de un placer pecaminoso de cenar con una cerveza bien fría.

El reloj finalmente marca la hora de salida y una sonrisa de esperanza se marca en la cara al salir del edificio y camino a su automóvil, una sonrisa que pronto es borrada por el congestionamiento vial. Quizá no sea tan buena idea de que todas las personas salgan del trabajo a la misma hora. Pasar de un cubículo a un espacio más reducido como es el automóvil y estar atrapado por unas horas más suena como la cereza para terminar de decorar el postre.

Finalmente llegas a tu casa y poco a poco te quitas la ropa de trabajo, esa pantomima que no representa quién realmente eres. Vas a la cocina en búsqueda de esa cerveza bien fría y encuentras el premio de la noche. La razón de porque trabajas en un lugar que muy adentro odias y sientes que podrías estar haciendo algo mejor con tu vida. La razón de porqué la monotonía por más cruda y aburrida se vuelve tolerable al final de la jornada. 

Ahí se encuentra el amor de tu vida sonriente; esperándote con los brazos abiertos. Con el teléfono en la mano pidiendo comida china sin mariscos porque sabe que eres alérgico. A pesar de que el día haya sido el mismo que hace dos años atrás sigue preguntando cómo te fue. Se sientan en el sofá a ver televisión por un rato. Al final de todo, no importa lo que me pase, siempre volveré hacia ti.

R.A.Pastor

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