27 de febrero de 2014

Al Día Siguiente

Los rayos del sol se iban introduciendo poco a poco hacia el interior de aquel cuarto. Iluminando las paredes de color verde pastel, un par de atrapa sueños que se encontraban clavados y aquellos marcos con pinturas rústicas creaban reflejos de luz disparándose en todas direcciones. Uno de esos reflejos cayó directamente a su rostro, forzando que el abriera los ojos y se despidiera del sueño que tanto disfrutaba. Su cerebro no podía procesar la imagen que admiraba todo era desconocido y su primera reacción fue moverse para investigar sus alrededores. Para su sorpresa, alguien más se encontraba en la cama junto a él, una mujer de pelo castaño estaba en un profundo sueño centímetros junto a él.

Todo empezó la noche anterior en un bar de la capital, donde nuestro protagonista decidió escapar un momento de su vida cotidiana y desahogar sus penas con alcohol de la manera más macho chovinista posible. Conforme la noche avanzaba y los whisky doble en las rocas se multiplicaban, sus problemas parecían desaparecer mágicamente. De repente su ruptura amorosa ya no rondaba su cabeza, no sentía el juicio de sus padres en sus oídos ni la presión implícita de nunca ser suficiente ante los ojos ajenos. Cada trago borraba los sentimientos como el mar desvanece las huellas hechas en la arena. Poco a poco aquellos músculos atrofiados recordaron lo que era formar una sonrisa.

Eran unos pocos minutos después de la medianoche cuando sucedió. Una mujer de pelo castaño llegó al otro lado de la barra a pedir un coctel antes de seguir bailando. Se encontraba dentro de un vestido color azul marino que resaltaba sus curvas y unos tacones que realzaban sus largas piernas.  El contacto visual fue suficiente para encender la llama, y el nivel de alcohol en la sangre fue suficiente para proporcionar ese golpe de valentía. Él se levantó de su asiento y se dirigió hacia donde ella se encontraba, le propuso invitarla a un trago y un intercambio superficial de palabras. Pasaron los minutos y las horas, la conversación se tornaba cada vez más interesante. La tensión sexual entre ambos era tan densa que se sentía como un hierro presionando el pecho.

Ella miró su reloj y se percató de la hora que era, faltaban minutos para que cerraran el pequeño bar capitalino. Con una mirada juguetona le propuso que se devolvieran a su apartamento a seguir la conversación con un par de copas de vino. Ambos terminaron su trago y decidieron salir a esperar por un taxi, entre sonrisas decidieron fumarse un cigarro bajo la luz de la iluminación pública. Tan solo diez minutos después se encontraban en un pequeño apartamento de estudio. El decidió fumarse otro cigarro mientras ella servía las copas con un exquisito vino tinto con indicios frutales.

Él decidió dejar su cigarro encendido en el cenicero y la tomó de la cintura, le robó un beso cuando menos se lo esperaba. El vino podía esperar unos minutos más. En la pequeña cocina se encontraban los dos besándose, acariciando el cuerpo de otro y disfrutando de la compañía mutua. Quizá por la influencia del alcohol en el sistema de ambos o era el inminente destino que permitió que la pasión tomara posesión de sus cuerpos. Luego de eso la parte objetiva de su cerebro se desconectó y tan solo se dejaron llevar por sus instintos animales.

En un movimiento rápido se encontraban contra los muebles de la cocina y ella decidió sentarse sobre el desayunador mientras el exploraba con sus labios su cuello. Sus pequeñas manos rasgaban la masculina espalda deseando despojar la ropa que se interponía en el camino. Cada parte del cuerpo parecía tomar vida propia, sus lenguas permanecían jugando entre sí, mientras que sus manos buscaban descubrir la piel del otro. La ropa fue desprendiéndose poco a poco, aquel cigarrillo en el cenicero se acababa y las copas de vino trataban de igualar la temperatura del ambiente.

Pronto decidieron que no era el lugar apropiado para todas aquellas acciones poco pudorosas. Ella bajó del desayunador y decidió guiar el camino hacia la habitación. Mientras seguían jugando con sus cuerpos torpemente llegaron a su cama, ambos tan solo vestían su ropa interior. Una sonrisa se marcaba en el rostro de ella mientras se colocaba sobre ese cuerpo masculino semidesnudo. Un plan se gestaba en su cabeza mientras colocaba los brazos de él contra el respaldar de la cama. De la segunda gaveta de su mesa de noche sacó unas esposas y lo inmovilizó, para la sorpresa de ella a él le pareció una idea increíble.

Salió un momento del cuarto para volver con una bolsa pequeña con hielo y una candela grande color roja. Ella tenía planeado jugar con todos los sentidos, abusar del hecho de que se encontraba atado y no podía oponer resistencia. La piel se erizaba cada vez que el frío o el calor hacia contacto. Los minutos pasaban y ella disfrutaba el sentido del poder. Decidió dejarlo libre y fue cuando el control se revirtió.

Él decidió dejarse llevar completamente por su pasión, un cuerpo poseído por la lujuria y el desenfreno. Pieles juntas mezclando el sudor rozándose una con la otra. Durante horas disfrutando de la compañía del otro en algo que muchos llamarían hacer el amor, aunque el sentimiento esté ausente. Los vidrios de aquel pequeño cuarto terminaron empañados y los dos simplemente se desplomaron en la cama exhaustos y la sonrisa en el rostro de ambos cabe asumir que también muy satisfechos. 

El reloj marcaba casi las once de la mañana y el se encontraba en un lugar que no conocía, junto a una mujer que con costos recordaba su nombre. Decidió levantarse y dirigirse a la cocina, miró el cenicero junto al sillón y optó por encender un cigarrillo esperando que el humo pudiera aclarar sus pensamientos. Desnudo en la sala de una desconocida, un jueves por la mañana con leves ideas de lo que sucedió la noche anterior. Silenciosamente fue recogiendo su ropa que estaba esparcida por el piso del apartamento y se vistió sin despertar a la mujer de pelo castaño. Escribió en un papel "muchas gracias por anoche" y decidió salir del apartamento para nunca volverla a ver jamás.

R.A.Pastor

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