7 de julio de 2013

Vestido Negro y Gris

La lluvia golpeaba fuerte contra las ventanas, el vidrio les protegía de la tormenta del exterior aunque era lo que a ellos menos les interesaba. Existía más movimiento dentro de esas cuatro paredes que fuera de ellas. Las gotas de lluvia no se podían admirar ya que cada ventana se encontraba nublada por la condensación de su temperatura corporal elevándose después de cada beso.

Era el momento perfecto, ella pidió permiso en su trabajo para atender unos asuntos personales después del almuerzo. Se quedaron de ver en un motel justo antes de la hora del café. El olor a perfume se mezclaba con la sucia lujuria que emanaba de su piel. Mordía su labio tan fuerte como si eso hiciese el tiempo correr, la espera parecía interminable. 

Cuando la hora llegó ninguno de los dos logró cruzar la puerta del pequeño cuarto de una manera decente. Pasos torpes entremezclados con besos apasionados. Era palpable como aquella tensión sexual que existía entre ellos fue rota en pedazos, como si hubiese sido golpeada por un martillo invisible. En ese momento el tiempo no existía, el mundo exterior tampoco existía. 

Todas las pertenencias las tiraron en el piso, no tenían tiempo para ser ordenados, mucho menos para pensar objetivamente. Su instinto animal se había apoderado de sus cuerpos. La cama, aunque se encontraba a pocos pasos de distancia, estaba muy lejos para la pareja. Al cerrar la puerta decidieron desvestirse lo más rápido posible. 

Su espalda se encontraba pegada contra la pared del cuarto mientras él besaba su cuello e intentaba quitarle ese vestido negro con gris que se encontraba ajustado a sus curvas. Ella trataba de soltar cada uno de los botones de su camisa pero cada movimiento él lograba sujetarla más fuerte contra la pared. Quedó en su ropa interior, esa que tiene encaje en sus bordes y grita por acción, y en un momento de inspiración quedó atrapada con sus pechos contra el frío de la pared.

Ella sentía como una mano comenzaba a jugar con el encaje de su ropa interior y no hizo esfuerzo para detenerla. Al contrario movió su cuerpo como un signo de invitación a que siguiera adelante. A pesar de que la mano era grande, sabía cómo moverse dentro de su sexo. Eran esos movimientos que producían que su corazón se acelerara y su respiración se volviera cada vez más superficial. Sus músculos empezaban a contraerse solos y sabía que faltaba poco para el orgasmo.

Él también se percató de esto y súbitamente se detuvo como si fuese una afirmación del dominio que ejercía. Con una sonrisa en su cara logró moverla hacia la cama para continuar con su faena. En un movimiento rápido se despojó de su ropa para quedar en términos equitativos. Un poco más de juegos antes del platillo principal. 

La marca de sus uñas en la espalda del otro como si quisieran desvestir la piel desnuda del otro. Entre sudor y el olor penetrante a inminente sexo, dos cuerpos se fueron mezclando poco a poco. Debajo de las sábanas se encontraban dos obras de arte en proceso. Dos animales en múltiples posiciones buscando lo mismo. Entre gemidos y gruñidos ambos cuerpos dejan de respirar por un instante y aquella tensión que se encontraba atrapada es liberada con una gran explosión.

La lluvia ha cesado y se puede escuchar de nuevo movimiento en aquel mundo exterior que dejó de existir. El sol se ocultaba en el horizonte y los faros de las calles comenzaban a iluminarse. Ahí estaban dos personas desplomadas en una cama, con la fuerza suficiente para encender un cigarrillo y disfrutar de como el humo baila en el aire. Dos almas conectadas por niveles tan profundos, cuerpos unidos tan cerca que sus corazones parecen hablar uno con el otro.

Mientras la luz existente escapa del cuarto, ella decide que es hora de salir y volver a su vida cotidiana. Buscando aquellas prendas de ropa que se encuentran diseminadas por el cuarto. Ese vestido negro con gris con costos lograba cubrir las marcas de mordiscos que se estaban en su piel. Se despidió de su amante con un beso tan apasionado como si fuese el último que le fuera a dar en su vida. Encendió otro cigarro para el camino y se acordó de lo que tenía que hacer antes de llegar a su hogar. Debía comprar los alimentos para llegar a cocinarle la cena a su esposo y sus dos lindos hijos. Por su pequeña aventura se le había olvidado este detalle y mientras ocultaba su sonrisa de placer se colocó de nuevo su anillo de matrimonio y pretendió como si hubiese sido un día común y silvestre en su trabajo.

R.A.Pastor

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