3 de septiembre de 2011

Atados por los tobillos

No importa en qué esquina me encuentre de cualquier ciudad del mundo, no importa si me encuentro en otra ciudad o a la vuelta de mi casa. Los fantasmas de mi vida me persiguen y aparecen en donde menos los espero. Aquellos miedos que acechan en la oscuridad esperando a salir cuando uno menos lo espera. En cada esquina o en la misma cocina mientras tomo leche.

Ahí está frente a mí la imagen de un hombre con un rostro familiar, se encuentra triste y demacrado por la vida. Sus lágrimas resplandecen en la ausencia de luz y su melancolía se siente pesada en el aire. Ese hombre era la imagen de mi padre con un bastón, y detrás de él como si fuera un enfermero se encuentra la muerte esperando pacientemente. La simple evocación de esta memoria causa que mi piel se erice.
Nos encontramos atados en esta vida por todos aquellos seres queridos que nos rodean, quienes más amamos son la razón de por qué no despegamos. Tal vez no sea lo que ellos piden, ni lo que queremos, pero así es como sucede. Padres dejan sueños perdidos con tal de estar ahí para sus hijos, hijos vuelven de sus vidas completas para cuidar a sus padres que se despiden de este mundo.

En teoría así debería de ser, la vida nos da decisiones difíciles y debemos elegir lo más noble, lo más complicado y noble. Estamos todos unidos en una cadena de amor doloroso, mirando hacia el cielo buscando un plano superior, sabiendo que no importa lo que suceda, hasta que los miedos se conviertan en realidad, no seremos libres.

R.A.Pastor

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