18 de agosto de 2011

Deriva

Mis párpados están muy pesados como para poder separarlos, mi cuerpo se encuentra sin fuerzas para mover tan solo un músculo. Vuelvo de la inconsciencia gracias al olor de la sal en el aire que perfuma el ambiente e incomodan mis fosas nasales. El sonido de las gaviotas despierta mi sentido de la audición, el cual a su vez trata de detectar el sonido de las olas en el fondo del espacio tiempo pero tan solo es inexistente.

Al abrir mis ojos un cielo despejado, un celeste intenso sin algún rastro de una nube en la periferia. El sol incandescente calentaba mi cuerpo que se encontraba empapado con agua de mar, mi ropa se sentía pesada. Me encuentro dentro de una diminuta balsa a la deriva del mar. Sentía como si cabalgara las corrientes marítimas en busca de tierra.

Conforme pasan las horas todos los estados mentales posibles cruzan por mi mente, desde la paz y serenidad casi encontrando el nivel de relajación máxima hasta un episodio psicótico donde la desesperación y la locura son reyes en mi cerebro. Tan solo queda la dulce rendición, el momento en que sientes que ya no puedes más con tu vida, los problemas son muy grandes y fuertes como para poder enfrentarlos y que sientes que no podrás ganar.

Tan solo queda una opción disponible, echarse a morir y esperar que el destino tome su curso. Mis párpados se cierran lentamente para no volverse a abrir y me entrego a los brazos de la muerte. En aquella balsa amarilla fosforescente quedará mi cuerpo, el único legado de mi vida en esta tierra. Soy una de esas personas que naufragaron antes de llegar al mar.

R.A.Pastor

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