7 de agosto de 2011

Sangre Inocente

El amanecer se divisa a lo lejos, pintado en el cielo como si fuera obra de un maestro del lienzo. El olor del sereno a primeras horas de la mañana mezclados con el dulce aroma de tierra fresca y mojada. Mi ropa se siente pesada de tanto tiempo de llevarla puesta. La suciedad, la lluvia y el sudor ya no importan más, la costumbre ha vencido al asco. Sigo caminando por estas calles desoladas mirando hacia el Este.

Sigo caminando por pura inercia ya que no puedo detenerme ni un solo instante para pensar. No puedo pensar, mucho menos recordar las atrocidades que he cometido en esta noche. Debo seguir caminando, huyendo de la culpa que me rodea. La lluvia lavó la sangre de mis manos pecaminosas pero el sentimiento sigue ahí atormentándome. Camino para encontrar mi destino incierto, o tal vez para sepultar mi pasado que yace sin vida en lo profundo de una quinta abandonada.

No hace mucho que maté a ese hombre. Una noche donde cubrí la luna de rojo carmesí con su sangre y derramé el contenido de su alma por toda esa tierra fértil y grácil. Realmente un hombre no necesita muchas razones para acabar con la vida de un ser humano. Yo solo tenía una nada más, y con eso me bastaba. Quería matar.

Un hombre que no sabía quién era. No conocía su nombre ni su edad mucho menos si tenía una familia que se preocupara por él. No fue más que un simple hecho de la casualidad, de dos seres humanos caminando por la misma desolada calle a altas horas de la noche. Hora equivocada en un lugar erróneo tal vez. No me importaba saber nada sobre él, ya que sería menor la carga de consciencia que llevaría sobre mis hombros. Le pregunté sobre el camino y cuando se volteó de darme la dirección, saqué mi revolver y lo apunté a su pecho. Lo único que dije fue que se dirigiera a ese lote.

Lo miré a los ojos y coloqué mi fusil en medio de ellos. Era testigo de cómo sus lágrimas comenzaban a brotar y empapaban sus mejillas que estaban sin color debido al miedo que lo paralizaba. Las únicas palabras que salían de sus labios eran rezos dirigidos a una fuerza todopoderosa pidiendo salvación y buscando el perdón. Yo no quería decir nada, mi silencio representaba mi manera de honrar su muerte.

Tiré del gatillo y silencié la voz de un hombre que miraba su vida pasar frente a sus ojos. El estruendo de la pólvora explotando era lo único que se escuchaba. Los pájaros se despertaron de su sueño y alzaron vuelo en búsqueda de un lugar más tranquilo donde descansar. Necesité tan solo una bala, para crear un espacio de muerte en su cabeza. Sonreí placenteramente mientras su cuerpo caía inerte al suelo.

Limpié su sangre salpicada sobre todo mi rostro, miré al cielo y suspiré. Comencé a caminar mientras las nubes lloraban por esa alma que ha dejado el plano terrenal. Desde entonces camino solo hacia el Este sin un destino evidente. Vago solitario por este mundo que ignora las acciones que he cometido. Ha pasado un tiempo desde que cerré mis ojos y pude llamarme a mí mismo un hombre. Deambulo solo por este camino hasta que la muerte me encuentre y arrebate mi alma en venganza.

R.A.Pastor

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