24 de agosto de 2010

Colibries de cresta amarilla

Era una tarde como estas, hace ya mucho tiempo. La delicada lluvia aderezaba el ambiente tan solo con un roce en los arboles creaba diminutos espejos que tomaban la forma de diminutos diamantes. El olor a tierra mojada aromatizaba cada espacio de mi hogar. No era una tarde cualquiera, no era un día como cualquier otro.

Mi corazón no se encontraba solo aquel día. Junto a mi estaba el amor de mi vida, aquella alma que se asemejaba tanto a la mía y a la misma vez permanecíamos siendo personas diferentes. Ese pedacito de perfección que tan solo complementaba mi ser, ese individuo que me conoce como nadie más lo ha hecho. Con el poder de predecir mis respuestas, entender mis silencios y comprender hasta el último pedazo de mi locura.

Esa tarde tan solo estábamos ella y yo. Dos pedazos de la misma alma separadas hace siglos se reúnen en un momento donde la pasión y el amor se funden para crear un sentimiento sin nombre. Dos amantes recostados en una cama tan solo fusionando sus cuerpos. El erotismo brotaba por sus desnudos cuerpos, tan solo sus bocas encontrándose en un ferviente beso, explorando sus cuerpos con tan solo la punta de sus labios.

El ambiente fuera de ese dormitorio era tan gélido, mientras que adentro la atmosfera que los rodeaba se volvía cada vez más densa. Aquellos suspiros y gemidos calentaban el aire que nos rodeaba. El contacto de nuestras pieles era lo único necesario para mantenernos privados del frio. Conforme avanzo la tarde, aquella llovizna emigro a otras tierras y pronto aquel frio que adornaba el ambiente se fue disipando.

Aquellos amantes se encontraban envueltos uno en el otro, tan solo enlazados mirando por la ventana. Contemplando aquel panorama que la lluvia nos había dejado. El dulce olor del rocío se propagaba por el lugar y jugaba con nuestras cavidades nasales. El tiempo se detuvo, o por lo menos no pareció importar. Tan solo importaban aquellas dos almas admirando aquellos pájaros que se posaban en los arboles para buscar su comida. Lo único relevante en ese lapso de tiempo discontinuo eran aquellos amantes, unidos en un lazo casi perfecto admirando el aleteo de aquel colibrí de cresta amarilla.

R.A.Pastor

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